Sunday, June 6, 2010

Azul

Llegué corriendo, casi sudoroso, al café donde me reuniría con mi hijo. No quería desperdiciar en lo absoluto esta magnífica oportunidad de hablar con él; después de tanto tiempo, una vez más podría reencontrarme con el hombre cuya personalidad se esconde en lo más recóndito de su alma cada vez que lo veo.

Lo encontré sentado en una mesa cerca al mostrador. Vestía ese pantalón azul oscuro que le había regalado hacía un año y media, más o menos; y tamborileaba con los dedos una de esas canciones que alguna vez me habría hecho escuchar y que, seguramente, había odiado. Una de esas canciones que no se pueden ni silbar, y que cada vez que tiene los audífonos puestos lo absorben hacia otro mundo.

- Hola.- No me escuchó, y siguió mostrándome los largos pelos que habían crecido en su antes despoblada nuca. – Hola, Lorenzo.

Mi hijo volteó rápidamente, y al verme se quitó los audífonos, volvió a este mundo. Era impresionante la facilidad con la que podía proponerse vivir sin darse cuenta.

Me senté frente a él, dejé mi maleta en el suelo y le pregunté:

- ¿Hace cuánto llegaste?
- Hace más o menos diez minutos.
- Ah, bueno. Entonces hay que pedir de una vez.

Él se pidió una tartaleta de fresa, un postre que a mí también me encanta. De todas maneras, esa noche quise llevar mis contrastes con él al límite, así que ordené un buen café, tan agrio como me lo permitiera la vida.

- ¿Dónde estabas antes de venir?
- Ya te lo dije, en la casa de Carla.
- Pero, ¿Marie no se molesta?

Marie era su enamorada. Una chica que quería conocer por una razón peculiar: cada vez que conocía a una de sus flacas, tenía el don singular de saber cuánto durarían ella y mi hijo juntos. Hasta el momento, siempre había acertado.

- No, Carla es su mejor amiga. Además, ella no es celosa.
- ¿Y tú sí?
- … A veces. En realidad, no tanto como antes.
- Nunca entendí los celos. Para mí, era bien simple: si mi enamorada le daba bola a alguien más, ahí se acababa todo el asunto.

Hubo un pequeño silencio, seguido por una de las preguntas que más me gustó en toda la noche:

- ¿Mi mamá era celosa?

Recuerdo muy bien que, antes de que Génesis muriera, una de las cosas que me dijo fue “no quiero que veas a tus exes”. Ese recuerdo me dio risa; una risa breve, una risa dulce, pero igualmente amarga.
Sonriendo, le respondí:

- Al extremo.

Poco a poco, la charla se fue tornando fluida y divertida. Lorenzo me contó que Marie había cambiado mucho su forma de ser cuando lo conoció a él. Le conté alguna de mis vivencias y encuentros amorosos; algunos le causaban gracia, otros lo atacaban con una serie de pensamientos que constituían luego un rostro dubitativo en él. Me complacía pensar que aquellos ataques mentales habían sido producto de lo que yo alguna vez he vivido. Luego consideré que, tal vez, él se preguntaba exactamente lo mismo que alguna vez me pregunté yo, sabiendo que eso sería algo que nunca podría averiguar. Después de todo, es mi hijo, y en algo debe parecerse a mí; a pesar de lo mucho que su actitud me recuerda a su madre.

Pero después de un pequeño silencio, el cual fue bastante cómodo, Lorenzo me preguntó algo que cambió un poco mi vida a partir de ese momento:

- ¿Nunca te ha pasado que, cuando subes a un micro, ves a una chica muy bonita y tratas de establecer una conexión con ella antes de que uno de los dos se baje?

En aquel momento, tuve la certeza de dos cosas: que esa pregunta había sido bastante graciosa, pero también que era muy cierta.

De pronto, un recuerdo agitó mi tranquilidad. Una blusa azul marino, un fino pantalón negro, un cuerpo delicioso; eso era todo lo que alcanzaba a ver. Decidí dejar esos recuerdos al lado un momento, y me propuse contestar su pregunta.

- Cuando tenía tu edad, y subía a los micros y me sentaba frente a una chica rica, tenía un juego.
- ¿Cuál juego?
- Hacía esto.

Desvié mi mirada unos cuarenta y cinco grados a la izquierda de su cabeza y simulé una actitud pensativa, con los ojos entrecerrados. Cinco segundos después, miré a sus ojos bruscamente y con la mirada más penetrante que pude construir en ese momento.

Lorenzo soltó una carcajada. Sonreí, y le dije:

- Cuando hacía eso, siempre, o casi siempre, estaban mirándome.

Mi hijo me comenzó a decir algo de una chica que había visto en un bus, pero yo ya no lo escuchaba del todo. El esfuerzo que había puesto en no pensar en esos recuerdos parecía haberse gastado en cuanto me esforcé por hacerlo reír. El rostro de esa niña era hermoso.

Cuando me pareció que Lorenzo había terminado de hablar, mi boca comenzó a hacerlo sin que me diera cuenta.

- Hace casi veinte años, en un tranvía de Buenos Aires, vi a una chica… excepcionalmente bonita. O al menos lo era para mí.

Era descomunal el esfuerzo que ponía para no dejar de hablar y recordar al mismo tiempo.

- En un momento, la miré, y ella me miró a mí.

Hubo una pequeña pausa, en la que pude sentir un par de ojos buscar los míos. No
eran precisamente los de mi hijo.

Cerré los ojos un momento… y la vi. La vi más hermosa de lo que aquella versión mía con veinte años menos me lo permitió esa vez.

- ¿Y qué hiciste?

Lorenzo me despertó de ese trance. Sonreí, y le dije:

- Lo único que hice fue pensar que, tal vez, esa sería la última vez que la vería… y, obviamente, así fue.

Mi hijo me miraba con algo que parecía una mezcla de asombro y parcial decepción. Intentando recobrar un poco la actitud de padre, le dije:

- Supongo que en eso debes pensar cada vez que te pase algo parecido.
Lorenzo sonrió. Cambiamos de tema.

Esa noche, soñé con la extraña. Soñé con su blusa azul. Al día siguiente, cuando desperté, mi hijo era nuevamente alguien casi ajeno a la vida.

Supe, en ese momento, que al menos lo conocía; era un amigo.


*****


Una mañana de Agosto, subí a un micro de Javier Prado. Estaba yendo a trabajar.

No podía dejar de ver por la ventana, pensando de lleno en todo el trabajo que me esperaba en la oficina. La ventana del bus estaba limpia por dentro, pero repugnantemente sucia por fuera. Veía mi reflejo… y este tenía por dentro tanta suciedad que decidí no interpretar nada en ese momento, porque sabía que me iba a deprimir.

Finalmente, llegué al paradero donde tenía que bajar. Luego de pagar, me disponía a poner un pie fuera del coche cuando…

- Tío, faltan veinte céntimos.

El cobrador extendía la mano, impaciente. No tenía muchas ganas de pelear, así que saqué un par de monedas, aunque a regañadientes, y se las di al sujeto.

Había bajado del bus cuando, como un rayo de sol, la vi.

Era la misma chica hermosa de hacía veinte años. Reconocí su rostro al instante, más bello que nunca. La sorpresa fue tal que me quedé ahí, en ese mismo lugar y en esa misma posición, por lo menos unos diez segundos que a mí me parecieron años.

Me miró de vuelta, con una mezcla de sorpresa y diversión. No estaba seguro de si me había reconocido…

Pero decidí que eso, a pesar de haber soñado con ella en los últimos dos meses, a pesar de haberla adorado en silencio, a pesar de haber querido en algún momento revelar su identidad, debía permanecer en el mismo sublime y divino estado de incógnita.

Le sonreí, me di media vuelta y, una vez más, la dejé atrás, la dejé en el pasado.

Sunday, May 16, 2010

Carnal

Llora.

Llora porque el día es gris y el cielo no sale.
Llora porque la memoria se olvidó de recordarte, de amarte.
Llora porque no apareces. No por ahora.
Llora, porque tengo miedo de muchas cosas; y tú, paciencia para pocas.
Llora porque no tienes miedo a nada, y mi paciencia se vuelve inútil.
Llora con mi guitarra, con una estaca en el corazón, con despilfarro emocional, con ingenua selectividad.
Llora con indiferencia y espontaneidad.

Ven, y llora. Necesito un semejante en esta situación. Necesito tu compañía.

Monday, April 26, 2010

Venados

La perfecta simetría se encuentra en los árboles.
La armonía se escapa en cuatro poderosas piernas, guiadas por la luz que innegablemente se filtra a través de las hojas y aquel manto de gris que cubre la naturaleza.
La violencia intenta abrirse paso a través de esta atmósfera, pero la gracia y agilidad del animal evaden cualquier tipo de perversión y corrupción.

Así debería ser la vida. Rodeada de venados.

Tuesday, April 13, 2010

Corazón de piedra

¿Qué es lo que sientes cuando tocas una roca?

Frío, indiferencia, ¿rechazo?

La roca acepta el contacto, pero no reacciona ante él.

La roca entrega frío, dureza, indiferencia.

Suerte para los que no vivan de las rocas. Las noches son frías, el suelo es duro y, aunque te protege del intempestivo viento, no lo rechaza tampoco. El viento ronda alrededor, como un animal al acecho.

Suerte para los que no vivan de las rocas. Tendrán felicidad, tendrán aromas, y aunque el viento arrecie podrán volar con otros. Es un viaje hacia el sueño y el olvido.

Piedad para los que vivan atados a las rocas. Piedad, y ojalá la roca se apiade de ellos. Ojalá la roca deje de lado su sólido epicentro y comience a latir un poco más de amor. Ojalá seas lo suficientemente bueno para la roca. Ojalá nunca te quite las cadenas que te atan a ella.

Después de todo, es mejor vivir de una roca que vivir sin nada.

Se trata de amar a esa coraza aparentemente impenetrable.

Se trata de tener seguridad y fuerza de voluntad.

Después de todo, es una roca, y te ama.

Monday, April 12, 2010

A veces

A veces me es difícil ver la realidad. A veces siento como si el viento me empujara y me jalara demasiado fuerte hacia todos lados, cuando lo único que quiero es quedarme al centro. A veces me quiero ir hacia los lados, pero permanezco anclado al centro como si una cadena me atara los tobillos.

A veces me quitas el aire, a veces me haces hiperventilar. A veces, cuando estoy sintiendo mariposas en el estómago, les metes un puñetazo. Literalmente. Lo extraño es que funciona como estimulante para las mariposas.

A veces me sorprendes, pero casi siempre tu mundo cabeza-abajo me parece normal. Me cuesta ponerme cabeza-abajo. La sangre cae a mi cabeza, nubla mi visión, pero acelera mi corazón. No es imposible vivir cabeza-abajo; solamente me tengo que acostumbrar. Tú ya sabes caminar, yo estoy gateando. Mis brazos aún se están fortaleciendo.

A veces te siento distante, pero de la nada me asustas saltando por detrás de mí. A veces te puedo ver, pero no te puedo tocar. Me hace pensar que tal vez, sólo tal vez, me ves como una especie de tóxico, y a veces como una droga. Yo quiero ser un tóxico y una droga que siempre quieras tomar, y que nunca te hará daño. Yo quiero hacerte volar.

A veces te veo frágil, pero tu esencia es más grande y fuerte de lo que puedo concebir. Cuando eso pasa, sólo me queda crecer contigo. Me alegra poder hacerlo. Es como pararse en el techo de un edificio de mil pisos; puedo ver el cielo, puedo ver el mundo.

A veces me embistes cuando no estoy preparado. A veces me embistes porque te incito a hacerlo. Prefiero que lo hagas sin avisar. El choque es más violento, pero vuelo más alto.

A veces me congelas, a veces me prendes fuego. Cuando estoy congelado, no oyes mis gritos; cuando me quemo, te desconoces totalmente del agua. Sabes llevarme a los extremos, a pesar de llevar encima esa cadena de la que te hablé.

A veces me haces creer, a veces me haces dudar. Estar en ese limbo de pensamientos me pone inestable, me descontrola, rompe mi protección. Lo bueno es que, una vez que estoy desprotegido, tu cariño llega con más fuerza a mi alma.



Eres increíble.

Te quiero, porque me llevas de la realidad a lo increíble. Te quiero, porque eres el aire que respiro. Te quiero, porque me sorprende la manera en que me haces vivir contigo. Te quiero, porque a pesar de la distancia, siempre estás presente. Te quiero, porque me permites crecer junto a ti. Te quiero con tus súbitos ataques de cariño. Te quiero, porque puedes manejar mis emociones y hacerlas soñar. Te quiero, porque después de cada pregunta hay una respuesta que me tranquiliza.

Te quiero porque eres tú.

Es más, yo te amo.

Saturday, March 13, 2010

Renacer

Cuando una vida comienza, inicia una sonrisa, inicia un llanto.
Cuando una vida comienza, la marea azota, los espíritus reaccionan.
Cuando una vida comienza, la naturaleza se arrodilla

Cuando una vida nace, rompe la ley de la soledad.

Cuando una vida renace, nada ni nadie excepto ella misma se renueva.

Cuando renazco, lloro. El fuego arde, la piel crepita, y no hay forma de luchar contra la tormenta que se avecina, visible a años luz de distancia.

Lo que queda es admirar la belleza del ojo de la tormenta.

Wednesday, March 10, 2010

Muse

The first time I saw her, she shined as Starlight, and everything surrounding her body suddenly melted into Butterflies and Hurricanes. Her beauty was enough to blow my concentration away. The café became a paradise to me, my tea tasted like glory, I felt like floating around in joy.
I didn’t even dare at first to talk to her. But my Pink Ego Box tore my patience and I found myself walking towards her as fast as I could, as if I was being Forced In. Every step I took gave me confidence, gave me strength; still, when I arrived at her side, my mouth could not mutter a single word. And I couldn’t help to stare at her eyes deeply as she said, sounding impressed, yet somehow bored:
“Ashamed?”
My mind became a Shrinking Universe, and as soon as I turned around and walked away, I heard her giggle, I dived into desperation.

I returned to that same café every Tuesday, and I would see her ask for the same thing: just a soda and a cracker. Some nights she would even dare for vodka. Being able to watch her come and go from the café was Bliss for me. She became the reason I always delved deep into Hysteria when I got home; she had me begging for Apocalypse Please.
I could not stop thinking she was the girl for me; ironically, I still didn’t dare to find out. It was some kind of Unnatural Selection going on around her.

And so it was for three months. The time enough to tell myself “Time is Running Out”, stand up and walk towards her once again. I planned to establish a smooth conversation, with a clear and plain beginning; but as soon as I got there, all I could say was:
“Can’t Take my Eyes Off of You.”
By the moment I had realized what I had just said, she was staring at me as if I was an Assassin; kind of shocked, but somehow amazed. She giggled as I had heard her before, the first time I met her. Then she asked:
“What’s your name?”
“Fillip.”
“Are you Feeling Good?”
“Sure.”
“Then sit down, and talk to me”.
Although it seemed as if I had the Stockholm Syndrome, I didn’t dare to disobey her command. I sat, and it was the most beautiful conversation I ever had.
She silenced my Thoughts of a Dying Atheist. She taught me of how beautiful life is. We were two sides of a coin; a Dead Star and its Supermassive Black Hole.

She had the weird tendency of giving names to her favorite places; we would always go to The Gallery, as she called her home, listen to Hyper Music and talk about her MK Ultra, which turned out to be her dog (I first thought of a Mortal Kombat game); we would go to the Muscle Museum to mock around of the people who so worked so hard in order to call themselves “attractive”; and we would also go to the Cave, that small café where our history started, and Sing for Absolution those nights when she fancied vodka the most.
But my favorite place of all was what she called The Groove; her backyard, which she had transformed in her own paradise of Recess, in which she could wipe out her Fury and listen to the mockingbirds fly away. It made us feel Invincible.
She told me about the dreams she had and the dreams she lost. She wanted to escape from this City of Delusion and flee to the United States of Eurasia; maybe study some Exo-Politics and later join the Knights of Cydonia, in their quest for what might be happiness. She was really deep into Futurism.
But she was not dumb, nor was she lame. She could draw a Map of Your Head only by staring to your eyes. She told me that the first time she saw mine, she saw me just as another Screenager; always diving into the Map of the Problematique.
It was really hard for me to keep up with her insanity. But I loved her.
She called me her Citizen Erased, because she liked to think that I was always there for her whenever she needed to escape from the routine of the city. I called her my Plug In Baby. She fueled my survival instinct. Her words were like Sunburn; they never faded away.

One day she told me:
“You were Overdue by three months. Why didn’t you dare to talk to me?”
“You put me in a Coma, you broke my Resistance. It was Unintended, but now you know that I Belong to You.”
“What will happen when I leave?”
“You will be Eternally Missed by me.”
“What if Dark Shines among us?”
“Then it will be time for our Uprising. We can sort out any obstacle there might ever be.”
“Not Easily.”
“Maybe not, but it can be done.”
The overwhelming wind calmed her for a while. The Small Print had come to stay. But she was not done with the 20 questions.
“What have I done to you?”
“You made me a New Born.”
“You can be really funny sometimes.”
Again, the wind blew harder than our voices. But her last question was not silenced:
“What do you want from me?”
I looked at her, smiled, kissed her softly on the lips, and answered:
“The Undisclosed Desires in your heart.”


She’s always been my number Uno.